domingo, marzo 16, 2008

Todos los caballos del rey

Bueno ahora voy a ver si subo libros y escribo algo.
Esta es una de las novelas que escribió Michèle Bernstein miembro de la Internacional Letrista y después Internacional Situacionista, leí una reseña hace unos años atrás
y la persona que lo escribió hablaba tan mal del libro que supe sería uno de mis preferidos

acá dejo algunas líneas

Me desperté tarde, con una sensación de bienestar. Sin moverme, fui recuperando uno a uno los acontecimientos de la noche y me deleité en reconstruirlos, junto con los pronósticos de lo que traerían consigo. Le concedí a cada ademán un significado concreto cuyas lejanas consecuencias se deducían solas. Cuando se me acabó esa diversión, me di cuenta de que ya era tarde para ir a trabajar. Porque iba casi a diario a una agencia de publicidad.

Di por teléfono, desde la cama, una disculpa verosímil. Aquel acto me colmó de valor. Habiéndome liberado de las obligaciones del día, me puse un pantalón y unas sandalias; me bebí el té frío de la víspera. Sabía a Gauloises. El aguardiente que quedaba me sentó bien. Salí a la calle muy animada.

Cuando voy con Gilles estoy acostumbrada a los itinerarios largos, complicados y llenos de celadas. Sola, después de un café y un croissant tomados en la primera barra de bar que encontré, pero demasiado tardíos para resultar proletarios, las calles me conducen siempre a las mismas oquedades de la ciudad. Gilles sabe reinventar Paris. Para mi, la orilla izquierda se resume en unas pocas terrazas.

Con el pretexto de leer un diario de la tarde, que ya había salido y dedicaba mucho espacio a los amores célebres, me acomodé al sol. Los parroquianos pasaban y se detenían en mi mesa. Gané unos cuantos tragos a los dados, y perdí otros tantos, sin aburrirme. Cuando llegó Judith, le dejé mi sitio en la partida. Me cogió un cigarrillo y acabó enseguida. Está más habituada a este juego que yo.

-Ven le dije -, vamos a tomar algo a otro sitio.

Me gusta Judith. Ya la conocía cuando andaba yo metida siempre en este ambiente. Ella entonces iba a bailar en las cavas de los cafés con tantos otros, y cantaba un poco. Ahora amistades fieles como la suya me permite no parecer una turista. Tenemos muchos recuerdos en común.

Judith llevaba un pantalón rosa muy ceñido y una camisa a cuadros. Visiblemente ya estaba un poco bebida. Pero seguiría estándolo sin mayor daño hasta el día siguiente, como a diario. Nunca resultaba ridícula. Me dio noticias de unos y otros.

-He visto a Gilles-me dijo.

- Yo también-bromeé-. Lo veo muchas veces.

Judith, hacia un rato, estaba esperando que le pusieran un café en un restaurante mísero y divertido de la calle de Grégoire-de-Tours en donde coincidíamos a veces, cuando entró Gilles con una chica.

-Y me temo que ahora estamos reñidos-me dijo.

No parecía verosímil. Es cierto que Gilles acaba con muchas relaciones por motivos bastantes fútiles. Lo he visto ser malo de forma deliberada. Pero por unas pocas personas cuya forma de ser le ha gustado, siente una amistad firme y tiene una amabilidad a prueba de lo que sea. Una de esas personas es Judith.

-Llego con una inepta- dijo-, una inepta a la que llevaba de la mano.

-Me parece que la conozco.

-Del tipo escolar inglés. Toda lisa, igual que yo. Con cara de pasmo. Y muy rubia.

-Justo. Pero bonita.

- Sí-admitió-. Más bien. Un cuerpo bonito. Pero un aspecto de sentimental que metía miedo. Le chorreaba la ternura por la cara.

Judith desprecia abiertamente los impulsos del corazón y todas sus manifestaciones, prefiere otras turbaciones que sopesa con primor y en las que cifra las únicas relaciones honestas. Y tiene un carácter enérgico que le gusta más hacer de cazador que de presa. Le dio la enhorabuena a Carole muy espontáneamente: « Gilles debe ser un amante agradable.» Y añadió que, a decir verdad, no tenía idea de si lo era. Que se lo había planteado a veces, pero que todavía no se había presentado la ocasión.

-Cosa que me extraña ahora que lo pienso-dije.

Y eso fue efectivamente lo que le contestó Gilles. Carole se puso digna y comentó que aquellas bromas no tenían ninguna gracia.

Gilles, por lo visto, intentó entonces explicarle que Judith era indecente por naturaleza y que a nadie le había importado nunca que lo fuera. Y Judith debió de hacer cuanto estuvo en su mano para agravar la tensión. Conozco su estilo. Cuando le apetece, echa mano de un vocabulario que desconcierta. Pero Gilles no había permanecido neutro. Tras haberle aconsejado que se buscara el amor por otra parte, se marchó con Carole.

Judith contaba con gracia esa confusa querella, pero estaba apenada, aunque no quería admitirlo. Es muy púdica en todo cuanto no tenga que ver con el amor.

Llamé al camarero para que nos sirviera otra ronda. Trajo dos Ricard. Le eché al mío el agua justa para que cambiara de color. Gilles nunca le pone agua.

-Es una historia- idiota le dije - . No tiene ni pies ni cabeza. Cuando uno está enamorado, no se comporta de forma normal.

- Seguramente.

Extrajo de sus recuerdos varios ejemplos de extravíos semejantes, que acompañó con opiniones desencantadas.

-Eres maravillosa - le dije al irme- . Algún día me pareceré a ti.

Tenía por delante una tarde vacía. Por suerte, en un cine que me venía de paso daban una película del Oeste lo bastante antigua como para que no se pudiera dudar de sus méritos. Por una módica cantidad, presencié unas inundaciones en China; los esfuerzos de un ejército que vencía, sin bajas, a unos terroristas rezagados, extraviados en la maleza y que a nadie le importaban nada ya; una inauguración presidencial y un partido internacional. Luego, la sonrisa de Dientes Blancos Colgate nos devolvió al cine auténtico, el león rugió en la pantalla, y el chico a caballo conquistó a la chica en noventa minutos.

Lo leo al toque!!

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Dulces Trepadoras